El Covid y las ganas de comer

Pandemic Ponderings
13 min readApr 1, 2021

Aquella mañana estaba tumbado en la cama y, según me iba despertando, sentía que algo no estaba bien. Ah, claro, entonces recordé que ahora las cosas eran un poco diferentes. De modo que, a medida que iba lidiando con mis quehaceres de la forma más normal posible, notaba constantemente, en la boca del estómago, un trasfondo de molestia y ansiedad. Tenía la sensación de que, de alguna forma, las cosas no eran como deberían, faltaba algo. Mi rutina no se sentía igual. Mis interacciones con otras personas eran ligeramente tensas. Me apetecía continuamente ponerme ciego de comida basura. Miraba el reloj con más frecuencia que nunca y daba la sensación de que el tiempo pasaba muuuy lentamente.

¿Sabes lo que estaba pasando, verdad?

¿Cómo dices, la Pandemia? Oh no, para nada. Si, entiendo que hayas podido pensar que era eso, pero este día sucedió hace unos 10 años.

Estaba describiendo la primera vez que ayuné.

La pandemia, con su recordatorio constante de que lo que no nos mata nos hace más fuertes, (ver el post anterior), junto con la comodidad de saltarse comidas cuando la mesa de la cocina también cumple como escritorio de trabajo, ha traído consigo una oportunidad perfecta para revisitar el ayuno.

La primera vez que lo hice fue básicamente un reto personal. En aquella época, quizás hubiese oído que era bueno resetear el metabolismo, pero no había profundizado en el tema y principalmente quería saber si era capaz de hacerlo. No fue algo planificado para nada, vino por un impuso, sin pensar, durante una mañana tranquila de finde, así que no desayuné y seguí así hasta el día siguiente. Supongo que debieron ser algo menos de 36 horas en total, desde la cena del viernes hasta el desayuno del domingo.

Ahora sé que ayunar, ya sea de forma intermitente o durante periodos más largos, es buenísimo para la salud diaria y la longevidad en general, pero ese es un tema MUY amplio y queda completamente fuera del alcance de este post, quizás lo veremos otro día [1]. En lugar de eso, hoy vamos ver muchos otros beneficios inesperados que se pueden extraer del ayuno y que recalcan el tema al que dedicamos el post anterior y que tan relevante resulta en la actual época del Covid: el crecimiento que experimentamos tras superar retos.

Así que, incluso si no tienes ningún interés en ayunar, quizás encuentres algo que te resulte útil y puedas aplicar en otro ámbito. Y dicho esto, vamos a meternos en harina:

Conectar cuerpo y mente

Ayunar resalta la profunda conexión entre el cuerpo y la mente y nos demuestra que no somos ni lo uno ni lo otro, sino más bien un Yin y Yang en tonos grises.

Yo siempre me había visto como una persona más racional y centrada en la mente. Incluso creía que el cerebro debía ser capaz de prevalecer sobre el organismo y sus estúpidos instintos primarios. Si tú también eres así, ayunar te demostrará, muy rápida e innegablemente, que nuestro cerebro existe dentro de un traje de carne y que, a pesar de su increíble capacidad para la abstracción y la imaginación, está hecho de materia tangible que hay que cuidar. Una vez que hayas ayunado durante un tiempo veras claramente como el hambre te hace sentir más lento, fatigado, frio y malhumorado. De hecho, el cerebro es el órgano que más energía consume, así que es un jodido tragón.

Por el contrario, si eres más impetuoso, instintivo y centrado en el cuerpo, ayunar puede enseñarte que no tenemos por qué estar controlados por cada sentimiento, antojo o emoción. Nuestro cerebro y voluntad son perfectamente capaces de anteponerse a nuestras respuestas animales durante un tiempo. Si, naturalmente que el malestar físico resulta muy incómodo, especialmente cuando no estamos acostumbrados a ello, pero desde luego que no nos vamos a morir por aceptar y sentir esa molestia durante un rato en lugar de rendirnos a ella inmediatamente. El control de los impulsos es una capacidad fantástica a desarrollar, y para aquellas personas que no están acostumbradas a practicar un poco de autodisciplina puede llegar a parecer un superpoder más allá de sus posibilidades, pero podemos (y deberíamos) aprenderlo, practicarlo y mejorarlo, igual que cualquier otra habilidad.

En este caso, la lección es que no deberíamos dejar que el cerebro controle al cuerpo ni tampoco el cuerpo al cerebro. En lugar de eso, deberíamos verlos como partes iguales de un todo que existen en armonía. Tanto si nos gusta como si no, ya lo consideremos como un motivo de orgullo o de vergüenza, no somos ni ciborgs ni chimpancés.

Conocer (y gestionar) nuestras limitaciones

Si no sabemos dónde están las fronteras de un país, entonces tendremos un concepto completamente distorsionado (e incompleto) de ese país. Millones de personas han dado sus vidas en guerras y disputas por límites y fronteras, porque incluso los pequeños detalles pueden marcar diferencias enormes.

  • En trazando los Estados norteamericanos, se cambió un frontera específicamente para dar acceso a Pennsylvania al sistema fluvial de los Grandes Lagos.
  • Rusia no dudará en movilizar su ejército para proteger el exclave de Kaliningrado y mantener así una posición estratégica en Europa y el acceso al Mar Báltico.
  • Las iniciativas de la UE para unificar los espacios aéreos nacionales para reducir los costes y las emisiones causados por los vuelos en toda Europa se vieron paralizadas durante más de dos décadas porque España y el Reino Unido no se ponían de acuerdo sobre a quién le pertenecían 500 metros del istmo de Gibraltar.

Claramente, si no sabemos dónde empieza y acaba algo, entonces nos falta un conocimiento fundamental sobre toda la existencia de esa entidad. Si no sabemos claramente donde se encuentran los límites de algo, no podemos esperar tener una perspectiva realista de la realidad.

Antes de ayunar por primera vez, probablemente creas una de dos cosas; que será muy fácil o que será muy difícil. La mayoría de la gente se sorprende por lo acertados Y equivocados que están. A menudo sucede que los momentos fáciles son mucho más fáciles Y TAMBIEN que los momentos difíciles son mucho más difíciles de lo que habíamos anticipado. Pero esto es normal, porque hasta que no probamos realmente nuestros límites es muy poco probable que tengamos una concepción realista de ellos.

En este caso, la lección es que conocer nuestras limitaciones no es solamente esencial para conocernos mejor a nosotros mismos, sino que es conocernos mejor a nosotros mismos.

Mejorar el autocontrol

Ayunar nos enseña a controlar nuestra hambre, o mejor dicho nuestra respuesta ante el hambre, de forma que no sea ella la que nos controle a nosotros. Lo que debemos recordar es que no estamos hablando de no volver a comer nunca más, sino simplemente de ser capaz de, muy deliberadamente, decidir cuándo vamos a hacerlo, para poder posponer ese momento si nos conviene, en lugar de hacerlo únicamente “porque es la hora de comer, así que tengo que comer”. Esa pequeña diferencia puede ser una ventaja enorme en la vida, puesto que nos evita el convertirnos en esclavos del hambre en muchos escenarios:

  • Gestión del tiempo. Primero, podemos ganar mucho tiempo al no tener que preocuparnos de obtener comida y además no tener que pararnos a ingerirla; las interrupciones matan la productividad. Segundo, se produce una sinergia maravillosa cuando estamos inmersos en un trabajo importante porque, idealmente, para hacer que el ayuno resulte más fácil deberíamos preparar una lista de cosas que hacer para mantener la mente ocupada. Pero incluso en una situación tan normal como tener un día apretado y necesitar saltarse una comida. Cuando uno está hasta arriba cumpliendo tareas (trabajo, viajes, quehaceres, lo que sea), contar con la opción de saltarse la siguiente comida para ganar tiempo es como tener superpoderes.
  • Evitar malas opciones alimenticias. Cuando nos encontramos en una situación en la que únicamente podemos optar por comida poco saludable y/o muy cara.
  • Obtener una ventaja (o cancelar la de otra persona). Como cualquier otra cosa que aprendamos a hacer, estar cómodos ayunando nos dará un punto extra con respecto a aquellas personas que no hayan trabajado esa capacidad cuando haya que rendir a alto nivel, ya se trate de una negociación, competición deportiva, entrevista, karaoke o cualquier otra cosa. Ojalá hubiese guardado una lista de todas las personas famosas sobre las que he leído que siempre programaban las reuniones importantes antes de la comida y las extendían todo lo posible para que la otra parte estuviese muerta de hambre y firmase rápidamente cualquier cosa que pusieran delante.

Resetear la rueda hedónica (y aumentar el placer)

Los humanos somos unas fantásticas máquinas de homeostasis, que significa mantener un equilibrio estable. Nuestros cuerpos regulan nuestros procesos fisiológicos para adaptarse a cualquier variación y devolvernos a nuestro estado habitual. Por ejemplo, cuando probamos el café por primera vez nos estimula muchísimo, pero si continuamos haciéndolo día tras días, nuestro organismo se va adaptando gradualmente y en poco tiempo la misma taza que antes nos daba un chute de energía enorme tan solo nos da un empujoncito suave, y entonces necesitamos dos tazas para obtener el mismo efecto.

Esta homeostasis también incluye nuestro estado mental, así que lo mismo se aplica al placer. Si repetimos muy a menudo algo que nos resulte agradable o satisfactorio, no tardará en perder gradualmente su efectividad y necesitaremos una dosis mayor para obtener el resultado inicial.

La buena noticia es que este mecanismo funciona en ambas direcciones. Si retiramos un estímulo al que nos hayamos acostumbrado, el cuerpo se adaptará a esa nueva condición y nuestro nivel de tolerancia quedará reseteado. Y una vez que hayamos reseteado el nivel habitual de placer, volveremos a disfrutar enormemente de las pequeñas cosas que antes resultaban insignificantes.

Seguramente puedes ver hacia dónde vamos con esta explicación.

A menudo escuchamos a gente (¡generalmente franceses!) decir que cada comida debería ser siempre un banquete, refiriéndose a “elaborada, abundante y variada”. No hay que tragarse esas gilipolleces. Solo una persona consentida podría pensar así. Precisamente el tipo de persona a la que más le beneficiaría ayunar, para devolverla a la Tierra y recordarle que la principal función de la comida es mantenernos vivos. Además, como acabamos de ver, una vez que hemos un buen ayuno aprendemos que no hacen falta platos elaborados para disfrutar de la experiencia de comer. Cuando uno está REALMENTE hambriento, una simple manzana vale 9 estrellas Michelin.

Pero más allá de necesitar una lección de humildad, la gente que dice que cada comida debería ser un banquete están difundiendo una falacia lógica muy evidente. Vamos a analizarla:

Por supuesto que una comida puede ser una fuente de placer, pero es que podríamos aplicar lo mismo a cualquier otra cosa, así que decir que TODAS las comidas DEBERÍAN ser un banquete es una estupidez olímpica. Sería como decir que todos los días deberíamos darnos una sesión de spa en lugar de una ducha rápida, que todos los días deberíamos leer un libro que nos cambie la vida en lugar ver un episodio de una serie o que todos los días deberíamos ponernos nuestra ropa más elegante en lugar de la más cómoda o apropiada para la ocasión.

De hecho, es que si realmente intentamos convertir cada comida en un banquete obtendríamos el efecto contrario, porque se perdería el valor de darse un festín. Si realmente tuviéramos tres (o más) banquetes al día, ¿seriamos realmente capaces de disfrutar todos y cada uno de esos 1000+ banquetes al año? Incluso si eso fuese posible, cosa que dudo, estoy seguro de que alguien que hiciese eso tendría cada vez más dificultad para conseguir que una comida fuese especial.

En lugar de eso, si nuestro objetivo es maximizar el placer que nos reporta la comida, entonces es mucho más lógico adoptar un enfoque completamente opuesto; que la mayoría de las comidas NO deberían ser un banquete, sin más bien sosas o incluso aburridas. Una vez que nos hayamos entrenado para no necesitar banquetes, o mejor aún, para disfrutar de las comidas aburridas, entonces incluso una pequeña indulgencia nos parecerá un banquete Y cuando realmente decidamos darnos un homenaje valoraremos mucho más la experiencia, convirtiéndola en una ocasión verdaderamente especial.

La conclusión es que, irónicamente, NO darse un banquete nos enseña a apreciar realmente las comidas especiales y también hace mucho más probable que tengamos esas comidas especiales, porque el umbral de especialidad será mucho más bajo.

Y, naturalmente, podemos incluso combinar el ayuno y el banquete para sinergizar la experiencia; si ayunamos el día antes, disfrutaremos mucho más del banquete.

Romper con las convenciones

Otra cosa importante que aprendemos al ayunar es que, a menudo, ni siquiera comemos porque tengamos hambre, sino porque es “hora de comer”. Pero en realidad esa convención de comer tres veces al día es bastante reciente. Como tantos aspectos de nuestra sociedad actual que damos por sentados sin cuestionarnos pero que en realidad no son particularmente buenos para nosotros, esto vino durante la Revolución Industrial. En aquella época, en lugar de tomarse el tiempo de comer cuando tuviesen hambre, los trabajadores comenzaron a seguir un horario fijo de comidas para coincidir con los turnos de las fábricas.

A diferencia del color de los ojos, la altura o la alergia al reggaetón, no hay nada en nuestro ADN que diga debemos comer un número fijo de comidas al día y menos a horas concretas. Pero como durante toda nuestra vida hemos acostumbrado a nuestro organismo a recibir alimento a intervalos fijos, los momentos más difíciles de un ayuno son durante las horas de las comidas habituales, mientras que el resto del día uno no siente hambre.

Esta es otra lección extremadamente valiosa. Una vez que hayamos roto esa convención social artificial comenzaremos a cuestionar todo lo demás; ¿Qué otras normas culturales establecidas por y para una sociedad muy diferente de la actual seguimos cumpliendo a ciegas hoy en día? La respuesta es: MUCHAS. Y eso nos lleva al último punto y también el más importante.

Ser más libres

Hemos dejado adrede la lección más valiosa para el postre.

El alimento se encuentra en la base de la Pirámide de Maslow porque, al igual que el móvil o el Wi-Fi, resulta absolutamente esencial para la vida.

Cuando tenemos mucha hambre, nada más importa. El hambre nos recuerda la importancia real y objetiva de las cosas, en lugar de la subjetiva que normalmente les asignamos.

Si nos estuviéramos muriendo de hambre y Margot Robbie/Bradley Cooper nos ofrecieran “cualquier cosa” a cambio de nuestro Lamborghini, estaríamos encantados de cambiárselo por las sobras de su kebab.

Por definición, el valor se basa en la escasez, de modo que la experiencia de pasar hambre, de no poder conseguir algo que necesitamos absolutamente, recalibra nuestras prioridades y nos permite valorar las cosas correctamente.

Esta es una de las lecciones más importantes que podemos aprender en la vida. Es uno de esos momentos Píldora Roja de Matrix; una vez que despertamos al cuestionar algo tan esencial como el comer, empezamos a verlo todo de forma diferente. Nos damos cuenta de cuantos aspectos hemos dado por sentados como verdades completamente inmutables, como si se tratasen de leyes físicas de la naturaleza como la gravedad, cuando realmente no son nada más que creaciones mentales o hábitos o pensamiento colectivo o tradición o, lo peor de todo, marketing. El problema es que a menudo dejamos que estas nociones guíen nuestras vidas diarias y acaban por decidir lo que creemos que nos está permitido, o prohibido, hacer. Pero no podemos escapar de esa prisión hasta que no nos demos cuenta de que existe.

Antes hemos mencionado a esos pobres bastardos que creen que cada comida debería ser un banquete especial. La gente que no se cuestiona esa creencia sufrirá cuando no les quede otro remedio que comer un simple trozo de pan, zanahorias y agua. Lo pasaran tan mal que estarán dispuestos a gastar grandes cantidades de dinero y/o tiempo para evitar una comida tan sosa. Es un ejemplo perfecto de la enorme diferencia que supone la mentalidad. Esa gente no sufrirá por su hambre objetiva, sino por su (equivocada) noción subjetiva sobre la vida. Por el contrario, el no tener que asegurarnos de que nuestra siguiente comida sea un banquete nos da la libertad de disfrutar cualesquiera otros placeres que estén disponibles si la comida no es uno de ellos.

La lección es que la libertad de una mentalidad fija es EL verdadero placer, porque el placer solo puede existir en libertad. De otro modo no es placer sino necesidad, y satisfacer una necesidad no es realmente un placer, sino la eliminación del sufrimiento.

Conclusión

Para recapitular, la magia del ayuno es que nos enseña un principio vital que después podemos ver y aplicar a cualquier otro aspecto de la vida: que solo porque disfrutemos o incluso necesitemos algo no significa que debamos convertirlo en el centro de nuestra vida. Cada uno somos responsables de decidir lo que nos resulta verdaderamente importante y la mejor forma de conseguirlo es conociéndonos mejor, pensando de forma independiente y poniendo a prueba nuestras suposiciones.

[1] Como hemos dicho, vamos a dejar las cuestiones de salud completamente de lado, pero hay muchísimos estudios que demuestran que el ayuno es muy bueno para el organismo. Y tampoco es sea algo nuevo, por eso la mayoría de las religiones y culturas del mundo contemplan algún tipo de ayuno. Por desgracia, el indulgente mundo actual no puede concebir el ponerse voluntariamente en una situación incómoda, pero haríamos bien en recuperar algunas de esas antiguas costumbres. Dicho esto, el único responsable de tu salud eres TÚ, así que infórmate antes de hacer tonterías. Aquí tienes algunos recursos para empezar a aprender obre el ayuno:

Si te interesa este tema, dímelo, quizás le dedique un post más largo y con más detalles, como los diferentes tipos de ayuno que se pueden hacer, como lo hago yo, consejos, etc

Publicado originalmente en http://pensamientospandemicos.wordpress.com el 1 de abril de 2021.

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